Un día de la semana de cuyo nombre no me acuerdo, paseábamos muy tranquilamente mi noble can y yo por la calle Río Ebro, donde los edificios son como otro cualquiera, si no fuera porque la casa del Bajo, da a la misma calle. Y véase que de una de esas casas, que para protegerse de los ladrones tiene verjas, sale un minino del mismo tamaño que mi can.
Seguimos Cuzco y yo tranquilamente andando, sin parar ni reparar en el susodicho felino, cuando me percato, de que el jodido gato, ha multiplicado por dos su tamaño, y nos persigue con la insana intención, de atacar a Cuzco.
Visto esto, acelero un poco el paso, y aún así no nos deja en paz el gato.
Hasta dos veces tuve que aupar a Cuzco para no ser objeto de un arañazo brusco.
Ya con la cara roja y el corazón palpitante; porque a mi también me daba miedo el malvado felino, agarré una piedra y avisté otra; por si con la primera no se amedrentaba, con la segunda le abría la cabeza.
Lanzéle la primera con Cuzco en mi regazo, pensando ya que tendría que pisarle el cuello al maldito gato, cuando apuntando hacia sus patas no le dí, pero si ofendí. Porque bufando y con el rabo entre las patas, salió por debajo de un coche como alma que lleva el diablo.
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miércoles, 29 de abril de 2009
Aventura con mi perro
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